Historia

Los cursos fluviales y los feraces valles que forman a su alrededor, adecuadamente complementados por los puentes que fue necesario construir para comunicar las dos orillas, fueron desde siempre un polo de atracción para el asentamiento de la población en estos puntos estratégicos. La pequeña aldea limítrofe entre los ayuntamientos de Dumbría y Mazaricos, situada en los márgenes del río Xallas, seguramente, pertenece a este tipo de enclaves.

En algunos nomenclátores aparece denominada con tres topónimos diferentes: Ponteolveira en la zona norte del río, Mollón para la más próxima al puente en la parte sur, Vista Alegre para el altozano contiguo a Mollón y con una hermosa panorámica sobre el curso del río. Río y puente que fueron siempre punto de unión a pesar de la riqueza de apelativos, marcando el lento discurrir de la vida a ambas márgenes del Xallas.
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Sobre el origen de este puente no contamos con datos concluyentes, hay autores, entre ellos Artaza y Malvárez, que lo sitúan en época romana y habla de una supuesta inscripción aparecida en uno de los arcos. Dato que aun no fue corroborado por los especialistas y en todo caso, la obra que tenemos no conserva ningún elemento que pudiéramos considerar específico de ese tiempo.

Si los orígenes romanos son demasiado imprecisos para dejarnos ver con claridad, el Medievo arroja algo más de luz. En el año 1286 el rey Sancho IV de Castilla le concede a Muros importantes exenciones encaminadas al impulso económico y social de la villa. Además le otorga un territorio o alfoz para ser gobernado desde ella y que también contribuya a su prosperidad. A ese Alfoz pertenecía Mazaricos y, precisamente, tenía en A Ponteolveira uno de sus límites. De esa situación fronteriza creemos que proviene el topónimo Mollón, que sería la traducción al gallego de mojón y que, en este caso, dividiría el Alfoz de Muros que era del señorío del arzobispo de Santiago, de la jurisdicción de Corcubión que pertenecía al conde de Altamira. No es difícil pensar que en ese momento ya había allí un puente que además cumpliría funciones fiscalizadoras, ya que en la Edad Media era muy normal el cobro de portazgos al comerciar con productos de una jurisdicción a otra.

En este contexto el topónimo Mollón alcanzaría todo su significado. Por estas mismas fechas, debido a la creciente importancia de Compostela en el contexto espiritual de Europa, empezaría a cobrar importancia el camino de peregrinación a Fisterra y a Muxía, que tendría en A Ponteolveira una de sus principales etapas. Camino que se encuentra recogido por distintos cronistas, y totalmente justificado dentro de las diferentes tradiciones que componen la Historia de la Traslación de los restos del Apóstol Santiago desde Jerusalén hasta Galicia.

En la Edad Moderna ya comenzamos a contar con datos más concretos sobre este enclave estratégico. El puente, tal como se encontraba antes de las desafortunadas obras de 1962, seguramente sea de finales del siglo XVII o de principios del XVIII. Conformado por cuatro arcos de medio punto con tajamares o contrafuertes de planta triangular que refuerzan la estructura entre ojo y ojo. Ojos que son aproximadamente iguales, y sobre los cuales se depositaron diferentes materiales de relleno, formando el clásico perfil ascendente y descendente en forma de cumbrera que favorecía el saneamiento del puente. Coronando la estructura y con el fin de proteger a los viandantes, se encontraban los pretiles, que en muchos otros puentes incorporan al espacio peatonal la parte correspondiente a los tajamares, formando los llamados apartaderos. Pero en este caso, los apartaderos únicamente abarcan los tajamares centrales, muriendo el resto de los contrafuertes en una cota inferior.

Otro de los elementos característicos de este puente también está relacionado con los contrafuertes. Normalmente los tajamares que se encuentran aguas arriba tienen una planta triangular para favorecer el avance de las aguas, y los que están aguas abajo ofrecen una base cuadrada o rectangular que incrementa su valor como contrafuertes. Pues bien, en A Ponteolveira los tajamares de ambos frentes tienen planta triangular, lo que le confiere a nuestra obra un juego de simetrías más harmónico y unitario.

Desde el punto de vista del aparejo, las partes estructurales o activas: arcadas, tajamares y pretiles, están o estaban, estos últimos desaparecieron es las reformas de 1962, labradas en fina cantería que contrastan positivamente con aquellas partes de relleno o pasivas que usan mampostería. Esta combinación genera un efecto cargado de matices, de colores y texturas que contribuye a la valoración y despiece de cada una de las partes del puente.

Del siglo XVIII conservamos algunas referencias escritas: en el 1752, fecha en la que se realiza el Catastro de Ensenada, el puente a grandes rasgos, tendría el aspecto descrito anteriormente. Esa misma fuente histórica deja constancia de la existencia de una feria el segundo lunes de cada mes, de la que no sabemos su origen, pero no nos extrañaría que se iniciara en el Medievo, favorecida por el mayor control impositivo de las autoridades gubernativas, debido a su situación en zona fronteriza. El Catastro también nos informa de que a la feria “concurre todo género de personas eclesiásticas y seglares de este Reyno, y no de fuera de él, á vender y comprar bueyes, vacas, cerdos,mantas, paños de tienda y buriel, lienzo, estopa, fruta, zapatos, herramientas y mercería”.   El camino de Santiago era seguido por otros transeúntes, entre los que podemos citar el servicio de estafeta o correos, establecido entre la villa de Corcubión y la ciudad de Santiago. Por un informe de 1787 sabemos que el viaje de ida y vuelta de Corcubión a Santiago podía hacerse en cuatro días y medio si no incidían negativamente las precipitaciones inundando las entradas del puente, cosa que ocurría con frecuencia en las temporadas de mucha lluvia, con el consiguiente retraso de los correos.

En este deambular histórico alrededor del puente y de la aldea nacida a su alrededor, llegamos a la jornada más heroica que vivieron sus piedras. Nos referimos a la Batalla da Ponteolveira, que durante la Guerra de Independencia en contra de los ejércitos Napoleónicos, tuvo lugar en estos parajes. El día 11 de abril de 1809 instigados por los párrocos de las parroquias inmediatas, los vecinos de toda la contorna se enfrentaron a un ejército de novecientos franceses entre caballería e infantería. El puente era un punto estratégico  por el cual estaban obligados a pasar los invasores, ante la imposibilidad de vadear el río, seguramente bien crecido debido a la intensidad de la lluvia del mes de abril. En todo caso, para los franceses este contratiempo no representó ningún obstáculo. Nuestros vecinos, pocos, sin adiestramiento, mal armados y peor organizados, opusieron poca resistencia a la máquina de guerra gala. En el curso de la noche los franceses tenían ya cruzado el puente y se dirigían a castigar las poblaciones de Cee y Corcubión, dejando un pequeño destacamento en A Picota para controlar el territorio. Este contingente se encargó de ajusticiar a los cabecillas de las tropas  autóctonas, básicamente clérigos de la comarca, que fueron apresados en A Ponteolveira y decapitados públicamente en A Picota, para que sirviera de escarmiento a posibles seguidores.

En el tomo XLIII de las Memorias Políticas y Económicas de Larruga, publicadas en Madrid en el 1798, nos da cuenta que la feria se celebraba a ambos lados del puente. No sabemos si este hecho era normal desde siempre, era algo circunstancial, o era fruto de una incorrecta información del investigador. De lo que estamos seguros es de su importancia económica y social hasta el momento de su desaparición a principios de la década de los cincuenta del siglo pasado. Como testimonio material de su existencia aun se conservan los viejos “pendellos” de piedra construidos por un vecino, o Dego, para alquilarlos a los feriantes.

Durante el Antiguo Régimen las orillas del río pertenecían a jurisdicciones diferentes. Con la llegada de la contemporaneidad y la creación de los nuevos ayuntamientos en 1836, esta situación no cambio ya que la margen norte del Xallas pasó a formar parte del ayuntamiento de Dumbría y la sur al de Mazaricos. Esta separación administrativa nunca impidió que los vecinos de ambos lados del puente se sintieran un único lugar, en el que siempre funcionaron las tradicionales servidumbres y solidaridades propias de la vida en comunidad.

El puente fue un elemento de progreso fundamental, pero pese a las promesas de los adalides de la vida moderna, tardó muchísimo en estar unido a una red de carreteras por las que pudieran circular las mejoras que la sociedad demandaba. Hasta los años treinta del siglo XX no se contó con una vía adecuada para los nuevos medios de transporte. En este periodo se enlazó el puente con la carretera que venía de Outes. Esta innovación además de tardía fue incompleta, ya que solo comprendía la parte mazaricana, sin completarse la que correspondía al ayuntamiento de Dumbría hasta finales de los años cincuenta. Esta falta continuidad de la carretera provocó, pese a la desaparición de la feria al inicio de los cincuenta, cierta prosperidad al obligar a parte de los vecinos de Dumbría a proveerse en A Ponteolveira de diferentes mercancías que con la carretera terminada adquirirían en la puerta de casa o en los puntos de comercialización tradicionales.

En la primera mitad del siglo veinte A Ponteolveira alcanzó su máxima prosperidad como enclave de servicios. En la orilla norte había dos tabernas que solo abrían el día de la feria: la de Perfecto de Olveira y la de Gumersindo de A Rebouta. En este mismo lado, funcionaba a diario la taberna y zapatería de Barreiro. En la parte sur, en la casa de Solís hubo taberna y servicio de trasporte. Pero, quizás, la taberna más frecuentada fuera la de O Regacho. Fundada en los primeros años del siglo XX por José Rodríguez, fue un referente permanente para el comercio y la hostelería de la comarca.

Con la llegada de un nuevo milenio y la reactivación del viejo camino de peregrinos y del turismo que busca la tranquilidad y la belleza del mundo rural, A Ponteolveira vuelve a figurar en los mapas e itinerarios de esta aldea global en la que vivimos. Cada vez son más las personas que visitan este lugar que ha sabido conservar buena parte de sus señas de identidad, en el exuberante paisaje que lo envuelve y en la arquitectura tradicional de piedra y madera que le confiere la  personalidad y carácter propios de esta tierra. Una vez más la taberna de O Regacho se convierte en el buque insignia de esta recuperación. Restaurada con mimo y acierto por la nieta del fundador, abre sus puertas como albergue para que hoy como antaño sea lugar de encuentro, ahora para los miles de personas que todos los años se acercan al “Finisterrae” de Europa.